Uno de los temas que no terminamos de tener bien resuelto en su educación es el del dinero. Creo que es una de las carencias formativas que más daño nos hacen en la vida adulta, porque una mala decisión económica puede perjudicarte durante muchos años.
Y educar a los hijos en el uso del dinero no consiste en explicarles la regla del interés compuesto. Se trata de que igual que aprenden a decir gracias, a comer con la boca cerrada o a negociar cuando tienen un conflicto, aprendan la economía esencial para no tener problemas económicos en su vida adulta.
Hasta hora, los hijos tenían una asignación semanal, variable en función de la edad. En teoría había una serie de tareas asignadas que debían realizar para conseguir esa paga, pero lo cierto es que no siempre cumplían. Más grave: en ocasiones, cuando tenían algún gasto extraordinario, su madre o padre completaban la asignación.
Dicho de otro modo: les estaban enseñando a comportarse como funcionarios o asalariados de una gran empresa. Su sueldo era en la práctica independiente de su aportación a las tareas de la familia, aumentaba con la antigüedad, y en caso de necesidad los padres acudían a socorrerles, como si fueran el Estado otorgando subvenciones.
Lo cierto es que esta manera de proporcionar dinero de bolsillo es la que utilizaron la mayoria de padres, y por lo que he visto en la gente que me rodea, la más común en España. Y tal vez tenga mucho que ver con el hecho de que luego de mayores todos quieran ser funcionarios o trabajar en un puesto cómodo en una gran empresa.
Cortesía de Donde quieres llegar
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